─¿Sabes? Ayer besé.
─¿Qué?
─Que ayer besé.
─Y... ¿Qué es lo que besaste?
─¿Qué importa eso? Besé, besé.
─¿Nunca habías besado?
─No, nunca.
─Pero... ¿nunca, nunca, lo que se dice nunca?
─No. Bueno... Creo que no... Sí, nunca.
─No entiendo.
─¿Cómo que no entiendes? Besé, besé.
─Y... ¿Cómo besaste?
─Pues con los labios, con el alma. ¿Con qué va a ser si no?
─Si es verdad lo que dices, creo que es triste que beses a tu edad.
─¿Triste? ¿Por qué?
─Debías haber besado hace tiempo.
─¿Y?
─Pues que es triste que beses ahora. Creo que nadie en el mundo ha besado tan tarde.
─¿De verdad lo crees?
─Sí, estoy seguro.
─Yo no me sentiría tan seguro. De cualquier forma, no me sentí en absoluto triste, creo que incluso lloré.
─¿Lloraste?
─Sí, lloré.
─Hummm... Quizás ese llanto fuera en el fondo un llanto de tristeza.
─¿Y qué más da? ¡Besé!
─¿Por qué no habías besado antes?
─Estaba reservando mi beso.
─¿Que estabas reservando tu beso?
─Sí, lo tenía guardado hace años.
─Bueno. ¿Y se puede saber a quién besaste?
─La besé a ella.
─¿Y quién es ella?
─Ella es ella. La única que podía tener mi beso.
─Bueno, si es así no es tan triste... Aunque, tampoco es alegre.
─¿Qué más da? Alegría o tristeza en el fondo son lo mismo.
─Tú estás trastornado. Estas trastornado por un beso.
─Sí. ¿Estás envidioso?
─No, yo he besado muchas más veces que tú.
─Sí, quizá sí. Pero, nunca, jamás has besado con la intensidad con que yo besé.
─Bueno... Ehmmm... Quizás esté envidioso.
─Mi beso ha valido por todos los tuyos.
─Está bien. ¿Y cómo es ella?
─Ella es limpia, inmensa, delicada, suave, atemporal, plena…
─¿La conozco?
─No, creo que no. Si la conocieras estarías aún más envidioso de mi beso. Además, se nota en tu rostro que nunca has conocido a nadie como ella, que nunca has besado como yo besé. Y, si lo hubieras hecho, querrías morir ahora.
Presiento que nunca, en verdad, has besado.
─ .............
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