“Tienes que ir antes de que Castro muera”, me dijo la chica de la agencia de viajes. Y eso mismo me andaba diciendo yo desde agosto del pasado 2006, cuando me enteré de que el líder cubano no se encontraba bien de salud, había sido operado tras una hemorragia intestinal y delegado el poder a su hermano Raúl.
Castro tenía 80 años y llevaba gobernando el país 47, desde que en 1957 acabó con el régimen de Batista en un asalto al cuartel Moncada. Su Revolución, y régimen comunista, era un caso excepcional en el mundo, también único si tenemos en cuenta el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos y que “nos tiene en ruinas”, como me dijo aquel taxista.
Pero yo sabía muy poco de Cuba antes de mi viaje, poco más que el nombre de su líder Fidel Castro, y las palabras de Manolo, amigo y compañero de cuando estudiaba en la facultad de Ciencias de la Comunicación de Sevilla. Manolo tenía el pelo largo, y cuando le preguntaban que cuándo se iba a pelar respondía “cuando Estados Unidos le quite el bloqueo a Cuba”. Lógicamente, Manolo tuvo que pelarse. No sé bien si el pelo crece más o menos rápido que la necedad de los políticos, pero lo que sí sé es que se puede cortar y lavar a gusto propio y sin perjudicar a nadie.
Si viviendo por aquellos años en Sevilla alguien me hubiese propuesto ir a La Habana, quizá no hubiese aceptado a la primera. Además del nombre del líder, Fidel Castro, y de las palabras de mi amigo Manolo, inmediatamente hubiese pensado en música salsa, mulatas, playa y ron. La música salsa pues sí, me gustaba, pero ya no era gran santo de mi devoción, y creía haberme llenado de ella con los años de adolescencia que viví en Santa Cruz de Tenerife. Lo de las mulatas tampoco me hubiese parecido éticamente aceptable, porque, de una u otra manera, me venía asociado a la prostitución. Lo de la playa se me habría dibujado en la mente como de algún anuncio de pareja en idílica luna de miel: agarrados de la mano, con un fondo de mar y cielo paradisíacos… Y ni yo tenía pareja ni me agradaba el socialmente impuesto concepto de “luna de miel”, y, aunque el mar siempre me ha cautivado poderosamente, me hubiese dado igual ir a cualquier otra playa de Huelva, Portugal o, a lo más, de Tenerife de nuevo. Y, respecto a lo del ron, tampoco me hacía falta ir al caribe a consumirlo. Los cubatas de Havana-Club y Legendarío me eran de sobra conocidos en mis noches de Sevilla.
Pero, desde aquellos años, mi historia personal y forma de entender la vida han tomado un rumbo distinto. La edad me ha hecho algo más cauto, menos ignorante y prejuicioso. Y mi trabajo como escritor me ha pedido buscar nuevas perspectivas, conocer el mundo sobre el terreno, imbuirme de otros sentires.
La salsa ha vuelto a cobrar vida desde que escuché el disco de Buena Vista Social Club, y más tarde vi el documental. Cuba y La Habana me empezaron a atraer tanto que le dije a Eleonora, mi pareja, que teníamos que planear ir allí de vacaciones, y que, si podíamos, había que ir antes de que Castro muriese, que cualquiera sabía qué podía pasar después.
Vivir en el norte de Europa te hace soñar con el sol, el mar, la playa y los paisajes caribeños. Los inviernos son demasiado largos, demasiado grises. Y los veranos demasiado cortos (en caso de que se pueda llamar verano al que se vive en Escocia).
Así que esperé que Ele, Eleonora, cogiese algunos días de vacaciones de verano y me dispuse a buscar vuelo y hotel para La Habana. Sólo tenía disponibles diez días, lo cual ya sabía de antemano que no me iban a dar para mucho, pero no quería ni podía quejarme. Mi trabajo tan sólo está determinado por los horarios que yo imponga, el de ella no.
Al regresar de esa mi corta estancia en La Habana, mi idea sobre Cuba se ha transformado dramáticamente: ha crecido y, a la vez, me ha llenado de preguntas. El sentir cubano, lo que encontré y me ha dejado esa tierra y su gente en los pocos días de visita, me ha choqueado tanto que he necesitado algo más de una semana hasta recomponerme y poder sentarme a escribir de ello.
La Habana no puede dejar impasible a nadie.
Mientras escribo estas páginas, escucho radio cubana a través de Internet, oigo cds de salsa, leo los libros sobre Cuba que allí compré y algunos otros que compré en España y aquí en Edimburgo, busco información en Internet… Y aún no sé si podré bien encontrar orden y explicación a lo vivido y sentido, acercarme a cómo vive y siente el pueblo cubano y, concretamente, la gente de La Habana.
Pretendo en esa obra encontrar las respuestas a tantas preguntas como me han asaltado y asaltan. Y quiero invitarte a ti, que ahora me lees, a compartir conmigo este viaje por la Cuba que se acerca a una nueva etapa en su historia.
1 comment:
it seems interesting, I´ll try to go to there next year
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