Aromas a flor de naranjo asaltan el aire. De par en par se abre. Se llena de la emanación. Los capullos estallan. La sensualidad sobrevuela y se posa. Orgullosa despliega una belleza cegada. Se sabe descuidada. Arrogante no quiere sentirse decadente. Y el calor da señales de fuerza. Aún no quema, se contiene, juega a acariciar el espectáculo aunque pronto se avivará en su genio. Mientras un artista canta su pena, un vagabundo asume que así es la cosa y un bohemio pinta el color a su medida la fiesta alegra el drama. Las luces se encienden. Se escuchan alegrías soñadas. Una guitarra suena. Todos quieren palmearla. Y la niña ríe y castañetea. Verde que te quiero verde. Todo es de color. Y un extraño no se explica. Los que lo saben no lo quieren entender. Un genio se asombra con miedo alucinado. Un hombre llora lo que fue, podría ser,... qué será... y entonces se turba. Los dioses se pasean por la calle con la interrogación en las entrañas. Nadie sabe, ni quiere saber. Aceptarlo es perderse.
El sol explota en la calle. La ciudad arde. El suelo quema. Seco el aire. Los cuerpos hierven. Las fachadas revientan. Se odia y se ama. Se teme. Le da miedo mirarse. Demasiao, esto es demasiao. Y todos huyen y se esconden de la lava. El volcán se enfurece. Y se pregunta. Quiere tenerse sin encontrarse. La pena ahoga. Se quiere olvidar. Y el futuro no importa, no existe.
Y luego, ese día llega, llueve. Se anuncia un frescor. Y llueve. La tristeza se moja, quiere disolverse en el agua. Y llueve, porque siempre llueve sin avisar.
El frío acecha. Avanza hacia su presa como un felino al que el instinto nubla. Y chisporrotea el agua. Y luego ataca y quiere congelar a la noche. Sólo intenta enfriarla sin poder helarla. No puede. La ciudad no se deja. Y entonces se siente celoso y se va. Y la luz le puede, la deja entrar.
Sevilla sufre. Padece en torbellinos desconsiderados e irresponsables. Malos tiempos para la lírica me dice un poeta con lágrimas desalentadas. Malos tiempos chiquillo. Y nadie quiere ver. No se escucha. Oídos sordos. No se acepta ni considera. El respeto se fue quedando en una soberbia absurda. El sinsentido suena en las campanas de la torre del ayer. Y nadie oye, ni quieren comprender. La muerte está cerca, agonizando el alma. La tragedia se esconde dentro. Ignorar es más fácil. Y los gitanos cantan con la candela encendida. Volando voy, volando vengo...
Y el sol enciende de nuevo. Las nubes huyen. Una brisilla sopla. La luna espera, serena, mirándolo todo poco a poco se abre hasta hacerse grande. Luna lunera, cascabelera.
Sevilla. Todo pasa y todo queda. Quizá mejor es pasar. Pasar y bailar. ¡Que mañana se verá niño! Unos calentitos con chocolate. Tómate ese salmorejo, que mañana se hará gazpachito, siente la fuerza de la tierra. ¡Échame una copita de manzanilla mujer, que el vino alegra las penas! Unas aceitunitas aliñás, una de pinchito moruno, una racioncita de jamón serrano, un mollete de pringá, una tapita de tortilla y un pescaito de la mar. Caballos. Toros. Sangre. Pasión. Ahoga y duele el alma. Y arde el rojo. La vida fluye, se escapa, desparrama. Y las palmas suenan una y otra vez, que el ritmo ensordece. Unos dedos rasguean las cuerdas. Pasa la vida...
¿Y pasa argo? Que no pasa na quillo. Viva Sevilla y olé. Demasiao, esto es demasiao. Lo mejó der mundo entero. Viva Triana.
No comments:
Post a Comment